Los cimientos se
tambalean
Asombro, incredulidad e
incertidumbre. Son solo algunos de los sentimientos que invadieron a millones
de ciudadanos de todo el mundo cuando el pasado 2 de febrero, el que hasta
entonces había ocupado el máximo puesto del escalafón de la Iglesia católica, Benedicto
XVI, anunció su renuncia. Tras ocho años de pontificado, Joseph Ratzinger se
declaró falto de fuerzas para seguir en su cargo y así se lo hizo saber al
mundo.
Han sido muchas las
especulaciones que desde entonces se han llevado a cabo sobre este inesperado e
insólito acontecimiento, que pilló por sorpresa incluso a los ayudantes más
próximos del papa. En la versión oficial se aludió a las numerosas batallas por el poder y la corrupción
en la Santa Sede, y no es de extrañar, ya que tras la filtración de documentos
secretos con el caso Vatileaks y los numerosos casos de
pederastia que en los últimos meses han salpicado a la Iglesia, la institución
ha quedado muy tocada.
Un mes y medio después de la
renuncia, tras cinco votaciones en el cónclave, la fumata blanca anunciaba la
elección del argentino Jorge Mario Bergoglio como sucesor de
Ratzinger, el primer papa americano y jesuita. Y muchos se preguntan
si un pontífice tachado de homófobo y con una actitud un tanto misógina ayudará
a renovar la apariencia de la Iglesia católica, que en las últimas décadas ha
sido testigo de cómo las nuevas generaciones van abandonando la Iglesia y
el laicismo se impone a pasos agigantados.
Nadie tiene soluciones mágicas,
pero la tarea renovadora del papa Francisco tendrá que empezar casi de manera
inmediata y habrá de ser una reforma en profundidad, comenzando por los pilares
fundamentales, lo cual no parece tarea fácil. Y es que parece indudable que la
Iglesia necesita un buen lavado de cara si pretende frenar este proceso
de deterioro, en un momento en el que los cimientos de la institución parecen
tambalearse más que nunca.